martes, 9 de diciembre de 2008

Déjame llorar y darte vida


Formé un jardin con la mejor de las rosas, con la flor más bella y en la tierra más fértil.
Cuando pensaba en ti solo se me venía a la mente la imagen de un terreno firme, de una semilla natural, hermosa y a la vez espinosa. Cuide de tus hojas y con mis propias lágrimas te regaba y así te dí vida, provoqué que el rocío que bajaba de mi rostro se encadene en tu tallo, se envuelva en tus raices y de fuerza al fruto que sembre con esperanza dentro de ti.
Varias veces tus espinas quisieron impregnarse en mi piel y yo solo podía ir al jardín y seguirlo regando, la fé nunca se fue, el amor no marchitó, pero la paciencia se iba agotando. Dentro de mi había un río que se secaba, las corrientes se llevaban mi alma, pero las piedras detenían mi corazón y la perseverancia daba resultados. Coseché los recuerdos más gratos e hicimos de la tormenta un viento de paz.
Yo de jardinería no sabía nada, pero aprendí a cuidarte, a mimarte, a darte del abono que salía de mi ser y de apoco, en tu forma, me hice un artista de caricias y un amante de tu naturaleza.
No me dí cuenta del tiempo, del estado ni de tu interior y solo sentí que te me ibas para un lado, que las fuerzas tanto mías como tuyas nos iban abandonando. Entendía que regarte a diario era lo que nos mantenía juntos, mis lágrimas sean de tristeza o de alegría eran quienes nos daban unidad.
Hoy te siento distante o será quizá que me aleje de tu lado para no sentir que tus espinas me lastimaban. Hoy sé con certeza que aunque el invierno te llevó, soy yo tu primavera, soy yo quien te ama y te espera.
Me he quedado como una estación perdida, como una tabla rasa sin saber de nada. Soy simplemente un conquistador de ilusiones, un soñador de utopías, un agoviado jardinero que no supo cultivar su rosa, pero me queda el don sentimental, sigo siendo quien por ti llora, quien por ti en las noches ora, quien te abraza en el silencio y quien te besa en el deseo. Mis ojos son fuentes llenas y manantiales de agua viva capaces de revivir hasta a la rosa más seca.
Déjame llegar a tus pies mojado, permíteme navegar tu cuerpo nutrido y dame la oportunidad de revivirte llorando.
Cuando haya regado en tus raices lo suficiente sabrás de donde vino la fuerza y tendrás la seguridad de que fuiste rescatada con inmensas gotas de amor, con llantos de vida y cántaros de pasión.

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